Ciudad

Potosí.

 

 Una vista de la ciudad de Potosí con el Cerro Rico al fondo.
Una vista de la ciudad de Potosí con el Cerro Rico al fondo.

La historia de Potosí no había nacido con los españoles.

Tiempo antes de la Conquista, el inca Huayna Cápac había oído hablar a sus vasallos del Sumaj Orcko, el cerro hermoso, y por fin pudo verlo cuando se hizo llevar, enfermo, a las termas de Tarapaya.

Desde las chozas pajizas del pueblo de Cantumarca, los ojos del inca contemplaron por primera vez aquel cono perfecto que se alzaba, orgulloso, por entre las altas cumbres de las serranías.

Quedó estupefacto.

Las infinitas tonalidades rojizas, la forma esbelta y el tamaño gigantesco del cerro siguieron siendo motivo de admiración y asombro en los tiempos siguientes.

Pero el inca había sospechado que en sus entrañas debía albergar piedras preciosas y ricos metales, y había querido sumar nuevos adornos al Templo del Sol en el Cusco.

El oro y la plata que los incas arrancaban de las minas de Colque Porco y Andacaba no salían de los límites del reino:

No servían para comerciar sino para adorar a los dioses.

Cuando los mineros indígenas clavaron sus pedernales en los filones de plata del cerro hermoso, una voz cavernosa los derribó.

Era una voz fuerte como el trueno, que salía de las profundidades de aquellas brañas y decía, en quechua:

«No es para ustedes, Dios reserva estas riquezas para los que venían del más allá».

Los indios huyeron despavoridos y el inca abandonó el cerro.

Antes, le cambió el nombre.

El cerro pasó a llamarse Potojsi, que significa:

«Truena, revienta, hace explosión».

La historia inicial de la ciudad es una mezcla intrincada de hechos fantásticos como verídicos.

En 1545, el indio Huallpa corría tras las huellas de una llama fugitiva y se vio obligado a pasar la noche en el cerro.

Para no morir de frío, hizo fuego.

La fogata alumbró una hebra blanca y brillante.

Era plata pura.

Se desencadenó la avalancha española.

El cerro, aparentemente, era tan rico en vetas de plata que la misma se encontraba a flor de tierra.

El 1 de abril de aquel año, un grupo de españoles encabezados por el capitán Juan de Villarroel tomaron posesión del Cerro Rico, tras confirmar el hallazgo del pastor, e inmediatamente establecieron un poblado.

Según otra versión, los incas ya conocían la existencia de plata en el cerro, pero cuando el emperador inca intentó comenzar su explotación, fue expulsado mediante una estruendosa explosión (de donde deriva el nombre del lugar, «¡P’utuqsi!»), prohibiéndole extraer la plata, que estaba reservada «para los que vinieran después».

Los historiadores ven en esta variante una deliberada influencia de los españoles en la leyenda, para legitimar sus labores en el cerro.

Lo cierto es que para 1560, tan sólo veinticinco años después de su nacimiento, su población ya era de 50 000 habitantes, un quinto de ellos españoles.

Inicialmente se constituyó como un asiento minero dependiente de la ciudad de La Plata (hoy Sucre) pero, tras una larga lucha por conseguir su autonomía, adquirió el rango de ciudad el 21 de noviembre de 1561 mediante una capitulación expedida por el entonces virrey del Perú Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva.

En 1573, un censo del virrey Francisco de Toledo dio 120 000 almas y el de 1611, 114 000 (65 000 indios y 35 000 blancos).

Mediante esa capitulación, la ciudad recibió el nombre de Villa Imperial de Potosí y adquirió el derecho a elegir a sus autoridades:

«Queremos por hazer bien e merced al dho asiento de Potossi que sea villa e se llame e nombre la Villa Ymperial de Potossi exentándola y eximiéndola de la jurisdicción de la Ciudad de la Plata».

La inmensa riqueza del Cerro Rico y la intensa explotación a la que lo sometieron los españoles hicieron que la ciudad creciera de manera asombrosa.

En 1625 tenía ya una población de 160 000 habitantes, por encima de Sevilla.

Su riqueza fue tan grande que en su monumental obra Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes menciona las minas de Potosí.

También se acuñó el dicho español vale un Potosí, que significa que algo vale una fortuna.

Si yo te hubiera de pagar, Sancho ―respondió don Quijote―, conforme lo que merece la grandeza y calidad deste remedio, el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte; toma tú el tiento a lo que llevas mío, y pon el precio a cada azote.

Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha.

Los españoles que vivían en la ciudad disfrutaban de un lujo increíble.

A comienzos del siglo XVII Potosí ya contaba con treinta y seis iglesias espléndidamente ornamentadas, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile.

Había salones de bailes, teatros y tablados para las fiestas que lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería.

De los balcones de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata.

En 1547 a los 18 meses de la fundación ya contaba con 2.500 viviendas para 14.000 habitantes, alcanzando los 150.000 habitantes en 1611 y los 160.000 en 1650.

En 1579 ya había en Potosí ochocientos tahúres profesionales y ciento veinte prostitutas célebres, a cuyos resplandecientes salones concurrían los mineros ricos.

En 1608 se festejaba las fiestas del santísimo sacramento con seis días de comedias y seis noches de máscaras, ocho días de toro y tres de saraos, dos de torneos y otros de fiesta.

De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las procesiones.

En las casas de los mineros más potentados circulaban todo tipo de perfumes, joyas, porcelanas y objetos suntuosos, y se dice que hasta las herraduras de los caballos eran de plata.

Pero la población indígena, en tanto, sufría explotación.

Decenas de miles de indígenas fueron sometidos a la mita, un sistema de esclavitud que ya era habitual en el período incaico, pero cuyo uso intensificaron los españoles, y creció aún más a instancias del virrey Francisco de Toledo, ante la falta de mano de obra para la minería.

A los mitayos (como se llamaba a los indios sometidos a la mita) se les hacía trabajar hasta 16 horas diarias, cavando túneles, extrayendo el metal manualmente o a pico, etc.

Eran muy frecuentes los derrumbes y otros accidentes, que ocasionaban la muerte de cientos de trabajadores. Las rebeliones eran ahogadas a sangre y fuego.

Es probable que hasta 15 000 indígenas hayan muerto en la explotación de la plata, entre 1545 y 1625.

Con el agotamiento de trabajadores indígenas, colonizadores pidieron al rey permiso para importar desde 1500 a 2000 esclavos africanos por año.

Recibieron permiso, y durante el periodo colonial se importaron aproximadamente 30 000 esclavos para trabajar en las minas de la ciudad.

La producción de plata llegó a su punto máximo alrededor del año 1650 (160.000 habitantes), momento en el cual las vetas empezaron a agotarse, y Potosí entró en un camino cuesta abajo del que no pudo recuperarse jamás.

En 1719, una epidemia de tifoidea mató a cerca de 22 000 personas, y otras tantas abandonaron la ciudad.

Para 1750 la población se redujo a 70 000 habitantes.

Treinta años después, cayó a 35 000 residentes.

Desde 1776 Potosí, como todo el Alto Perú (la actual Bolivia), pasó a formar parte del Virreinato del Río de la Plata, por lo que la plata dejó de embarcarse a España por el puerto de Arica y empezó a hacerlo por el de Buenos Aires, a 55 días a caballo de distancia.

Al comenzar el periodo independiente (1825), la población había descendido a tan sólo 9000 habitantes.

Lo que salvó a Potosí de convertirse en un pueblo fantasma fue la producción de estaño, un metal al que los españoles nunca le dieron importancia.

La explotación se inició durante la primera mitad del siglo XIX.

Pero a principios del siglo XX, la sobreproducción hizo que los precios internacionales cayeran, por lo que Potosí volvió a hundirse en la pobreza.

En la actualidad, las iglesias de estilo barroco y las elegantes mansiones, hoy convertidas en museos, se mantienen como un vivo recuerdo de la época española.

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